Entre la década de los 1960 y 1970 del siglo veinte no se hablaba del SIDA pero sí de la sífilis, el herpes o el chancro que hacían retroceder a muchos impacientes parroquianos, instantes antes de pagar el ticket de ingreso a los corralones o de entrar a los establecimientos de foquitos rojos del barrio de La Floral, en La Victoria. Por aquella época el alcohol y/o el agua tibia en una batea seguían siendo los "medicamentos burdeleros" por excelencia.
Sin embargo, si bien ya había aparecido desde antes, los parroquianos que se habían contagiado soberbiamente por algunas mariposas nocturnas tuvieron conocimiento de una pócima que los hacía inmune a muchas de estas infecciones venéreas y así poder seguir con esa vida de excesos.
Este fue el Benzetacil (su nombre completo por aquella época, según algunos caseritos: Benzetacil Reforzado 1'200,000 unidades. Medicina indicada para tratar infecciones venéreas).
Los pinga-loca de aquella zona de la capital, al verse curados bajo esta forma, tuvieron mucha más seguridad para la repetición coital pagada e hicieron surgir de esta delicada situación, una costumbre trágico-cómica.
Y es que cada contagio (que luego se habían podido curar gracias a esta inyección intramuscular), significaba un "ascenso" en la vida puteril. Por ejemplo, cuatro infecciones sufridas por un parroquiano eran algo así como cuatro galones para un militar, por lo cual se le atribuía una mayor escala de mando en aquel mundo prostitucional, una mayor experiencia alcanzada que lo hacía superior a los demás clientes.
sábado, 26 de diciembre de 2009
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