"...Quitate la camisa y dejate de cojudeces- dijo Queta-. ¿Crees que te tengo asco?. Contigo o con el rey de Roma me da lo mismo, negrito.
Lo sintió incorporarse, adivinó en la oscuridad sus movimientos obedientes, vió en el aire la mancha blanca de la camisa que él arrojaba hacia la silla visible en los hilos de luz de la ventana. El cuerpo desnudo se tumbó otra vez a su lado. Escuchó su respiración más agitada, olió su deseo, sintió que la tocaba. Se echó de espaldas, abrió los brazos y un instante despues recibía sobre su cuerpo la carne aplastante y sudorosa de él. Respiraba con ansiedad junto a su oido, sus manos repasaban humedamente su piel y sintió que su sexo entraba suavemente en ella.
Trataba de sacarle del sostén y ella lo ayudó ladeandose. Sintió su boca mojada en el cuello y los hombros y lo oía jadear y moverse; lo enlazó con las piernas y le sobó la espalda, las nalgas que transpiraban. Permitió que la besara en la boca pero mantuvo los dientes apretados. Lo sintió terminar con unos cortos quejidos jadeantes. Lo hizo a un lado y lo sintió rodar sobre sí mismo como un muerto. Se calzó a oscuras, fue al lavatorio y al volver a la habitación y encender la luz lo vio otra vez boca arriba, otra vez con los brazos cruzados sobre la cara.
- Hace tiempo que andaba soñandome con esto- lo oyó decir mientras se ponía el sostén.
- Ahora te estarán pesando tus quinientos soles- dijo Queta.
- Que me va a pesar-. lo oyó reir, siempre oculto detrás de sus brazos- Nunca se vió plata mejor gastada.
Mientras se ponía la falda lo oyó reir de nuevo, y la sorprendió la sinceridad de su sonrisa.
- De veras te traté mal?- dijo Queta-. No era por ti sino por Robertito. Me crispa los nervios todo el tiempo.
- ¿Puedo fumarme un cigarro así como estoy?- dijo él.. O ya tengo que irme?.
- Puedes fumarte tres si quieres-dijo Queta-. pero anda a lavarte primero...".
Mario Vargas Llosa, Conversación en la Catedral, PEISA, Lima, 1996, pp. 494-496
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