lunes, 25 de enero de 2010

Madame Edwarda - George Bataille (1956)

Breve relato que combina los conceptos que usualmente desarrolló Bataille: La transgresión, el placer y la muerte.
Relato que usualmente produce rubor en algunos lectores:
Un atormentado protagonista encuentra a una prostituta de burdel con la que puede liberarse y entregarse cautivado al eros.
Pueden caminar entre la gente de tal forma que acentuan su desnudez.
Puede angustiarse al perdersele su DIOS en una iglesia, hasta encontrarla de nuevo.
Observarla extasiado mientras ella se mezcla sexualmente con un taxista.
Madame Edwarda simboliza no solo el mal (el deseo sexual) y  la transgresión sino también la belleza y a Dios (ya que puede disponer de la vida y los actos del protagonista).

"...En medio de un enjambre de muchachas, Madame Edwarda, desnuda, sacaba la lengua. Para mi gusto era encantadora. La escogí; se sentó a mi lado. Apenas tuve tiempo de contestar; tomé a Edwarda que se abandonó en mis brazos; nuestras bocas se juntaron en un beso enfermizo. La sala estaba repleta de hombres y de mujeres; tal era el desierto en que se proseguía el juego. Durante un instante su mano se deslizó; me rompí súbitamente como un vidrio; temblaba en mis calzones; sentía a Madame Edwarda, cuyas nalgas retenía en mis manos; ella también se desgarraba; en sus grandes ojos extraviados estaba el terror y en su garganta un largo gemido de estrangulada.

Recordé que había deseado ser infame o, más bien, que hubiera sido necesario a toda costa, que lo fuera. Adivinaba las risas a través del tumulto de voces, de luces, del humo. Pero ya nada contaba. Estreché a Edwarda en mis brazos, ella me sonrió; en ese instante, sentí un nuevo estremecimiento. Una especie de silencio cayó sobre mí y me heló. Ascendía en un vuelo de ángeles que no tenían ni cuerpos ni cabezas, hechos de deslizamientos de alas; pero todo era muy sencillo; me entristecí y me sentí abandonado como lo está uno en presencia de DIOS. Todo era peor y más demencial que la embriaguez. Al principio me apenaba la idea de que esta grandeza que me caía encima me privara del placer que esperaba obtener de Edwarda.
Me sentí absurdo; Edwarda y yo no habíamos cruzado ni una palabra. Experimenté un instante de gran malestar. No hubiera podido decir nada del estado en que me hallaba: en medio del tumulto y las luces, la noche caía sobre mí. Quise tirar la mesa, trastornar todo; la mesa estaba fija en el suelo. Un hombre no puede soportar nada más cómico. Todo había desaparecido, el salón y Madame Edwarda. Sólo la noche..."